martes, 12 de febrero de 2013

Sentimientos sincronizados

Sentimientos sincronizadosKeta Estévez 

Como dos gotas de agua meciéndose en las olas de su piel.
Como dos agujas de reloj de cuco al son de suspiros unísonos.
Como dos pétalos de trébol de la suerte agitándose entre la hierba en primavera.
Como dos líneas de una mano tersa aterciopelada por la dulzura de una caricia.
Como dos versos de un mismo poema con cadencia de mar en calma.
Como dos siluetas de una misma figura al ritmo del humo de una vela.
Como dos trozos de espejo roto por el olvido de una ilusión.
Como dos lazos de una misma cadena que se niega a romper.
Como dos naipes de la misma baraja que compiten por perder.
Como dos navegantes sin puerto cercano que respiran mares de esperanza.
Como tú y yo, como yo y tú… somos los dos, somos sentimientos sincronizados.

Soy Mariló

Soy Mariló
Keta Estévez

—Creo que no me pondré medias, tengo las piernas morenas y hace calor. ¿Crees que el vestido verde me queda bien? ¿Me lo pongo con los zapatos blancos o mejor con los negros?, ¿o me pongo la falda de cuadros con la blusa rosa?
—Mariló, con cualquier cosa que te pongas vas a estar preciosa. No te preocupes tanto y apúrate que tenemos que ir ya para la tienda,  que nos esperan las primas.
Era verano, un verano cálido, veintinueve de julio de mil novecientos sesenta  y cuatro, y las dos hermanas se preparaban para el día más importante del año, la fiesta del pueblo. Llevaban semanas haciendo los preparativos y Mariló, que era la más pequeña del grupo, no cabía en sí de gozo. Tenía quince años y podría asistir por primera vez al baile y, además, con zapatos de tacón. Eso esperaba, tenía que convencer a su madre, cruzaría los dedos, así lo soñaba, así tenía que ser…
No daban llegado a la tienda, este año parecía que la cantidad de gente que asistía a la romería había aumentado. Cual cabritillas saltarinas, correteaban entre la gente saludando a jóvenes y ancianos, los vecinos de su casa que hoy, como ellas, lucían sus mejores galas.
—Por fin llegáis, niñas. A trabajar, necesitamos todas las manos posibles para poder atender a tanta gente.
A este paso, cuando llegara la hora del baile me dolerían tanto los pies que solo podría bailar en zapatillas de esparto, y me quedaría sin ponerme los tacones que Emma me había regalado.
—Teresa, ¿Por qué me haces esto? Me tengo que quedar con las primas; además de carabina con sus novios, sola. ¿Quién me acompañará al baile? Eres egoísta, no está bien que dejes a tu hermana pequeña en un día tan especial por irte a pasear en barco.
—Vale, vale. Me dejas tu chal de encaje, creo que tus pendientes de azabache también me quedarían genial, jajajajaja.
—Vete tranquila. Bailaré toda la noche y me comeré todo el algodón de azúcar que mis muelas puedan soportar.
—Vamos, Carlos, que las chicas nos esperan. Tanto masaje no es seductor. Paco no te preocupes, lo pasarás bien, Ana Mª tiene una prima que te va a encantar, se llama Teresa, es muy alegre y simpática; además, le encanta bailar.
Vámonos, chicos, que nuestra Santiña nos espera....
—¡Niñas!, sus novios las esperan; bajen, no sean maleducadas.
—Ya bajamos, Josefa. Póngales un café o un refresco mientras nos perfumamos.
—Paco, te presento a Emma y a su hermana Ana María. Ésta es su prima.
—Anda, pero si tú no eres Teresa, ¿quién eres?
—Soy Mariló.
Era guapa; más bien preciosa. Su sonrisa entreabierta dejaba ver el brillo de sus dientes de marfil. Piel morena, bronceada por el sol, y aquel brillo de ojos, aquella mirada. Cuando se dieron la mano sabía que ya nunca la podría dejar de amar.
Quince años, pero toda una mujer. Pasaron la noche bailando y al despedirse su voz temblorosa le dio esperanzas de un sí. Amor sincero, amor entregado, amor puro, amor sin condiciones, Paco y Mariló se casaron un veintiuno de julio de mil novecientos sesenta y ocho, y fueron un ejemplo a seguir para sus cuatro hijos, que no los olvidarán jamás.